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martes, 5 de mayo de 2015

La última matanza


-¡Corrutos!
Quizás quiso decir corruptos.
-¡Que no, leches, no! Corrutos, más que corrutos, que se quedaron con la matanza del Jenaro.
-¡Abuela, deje de chillarle al ordenador que me estoy cabreando!
 
Desde que mi abuela se había enterado de que los López Ayala se volvían a presentar a la Alcaldía de su pueblo y hacían campaña en Internet, ella se empeñó en aprender aquella nueva teoría de las redes sociales. Algo que hacía furor entre sus compañeros de la tercera edad. Daba prestigio y seguidores. Aunque ella sólo quería contar la verdad; la verdadera verdad de los verdaderos hechos…
-¿Con hache o sin hache?
-Déjeme, abuela, mejor usted me cuenta y yo escribo.
-Está bien, Paquita. Escribe tú porque al ordenador le faltan teclas. Y envía un whatsapp a la Elvira que su marido no le cuenta ná.

-Todo fue muy sospecho -empezó a contarme-, había que hacer matanza como todos los años, pero allí sólo había un cochinillo, poca sangre y mucho frío.
-¿En dónde? –pregunté asustada.
-Calla y escribe la verdad de los verdaderos hechos. Siempre –continúo- habían matado tres cerdos…
-Ah no ¡Me niego…! –chillé viendo a los pobres cerditos.
-Escribe, Paquita, que luego bien te comes la morcilla –contestó enfadada-. A todos nos extrañó menos al Jenaro. Hacía tiempo que a los Ayala les habían comprado unas tierras con la condición de hacer un centro social, pero nunca se hizo. En su lugar abrieron grandes carnicerías por toda España. Sacaron muchísimo dinero, dieron mucho trabajo, compraron buenas casas, hicieron viajes. Muchos, demasiados… hasta que llegó la última matanza.
-Jopetas, abuela, qué bien lo cuenta usted ¿Y qué pasó?
-Que el dinero, el trabajo, las casas y los viajes desaparecieron. Y en su lugar apareció un cochinillo… ¡corrutos! Más que cerdos!!
-¡Me he perdido, abuela! No entiendo.
- Es muy fácil, tesoro. No se puede hacer matanza con un cochinillo –me dijo-, tienen que engordarle y esperar. Pero no les quedaba tiempo ni dinero…
-¿Entonces no hubo matanza?

-Claro que hubo, Paquita. Mataron todos los sueños e ilusiones de quienes trabajaban para ellos. Y se llevaron la pequeña matanza del Jenaro para hacerla pasar por propia…por el que dirán. Esa gente tropezará siempre con la misma piedra: vivir por encima de sus posibilidades, y aparentar.
-¡Vaya…! Está bien, abuela. Coja usted el ordenador y escriba lo que quiera. Y no cierre los ojos cuando le diga que cierre las pestañas.

-¡Trepotentes!
Quizás quiso decir prepotentes.

 

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