Leonor había puesto
todo su empeño en que la velada saliera bien. La primera impresión es la que
cuenta, le decía siempre su madre. Se había rizado el pelo, acababa de rociar
la estancia con una finísima lluvia de su perfume preferido, y había sido algo
más generosa al colocárselo en las muñecas y tras el lóbulo de las orejas. La
ropa negra que llevaba le favorecía, de eso no había duda, tan ceñida y con ese
escote: insinuando sin mostrar nada, como debe ser. Todo preparado. Dos copas
de champán sobre la mesa de cristal acompañadas por ligeros y atractivos
canapés; una suculenta pero débil fragancia escapándose de la cocina y la casa
a media luz. La música romántica tan imperceptible que apenas se oía.
Aquella era su
primera cita con Marcos.
Cuando el hombre
por el que suspiraban todas sus compañeras de oficina la invitó a cenar, intuyó
que su ansiado sueño se cumpliría mejor en terreno propio ya que de esta forma
su problema quedaría más tapado. Sabía que podía ser la mejor anfitriona;
sensual como pocas de su atractivo no tenía dudas, pero de sus nervios sí.
Al estar frente a
quien le gustaba no sabía qué decir, los temas de conversación se evaporaban.
Su terapeuta desfallecía con ella. Leonor era la mayor charlatana que conocía
hasta que coincidía con un hombre guapo, atractivo, entonces se quedaba muda.
Se le habían acabado los trucos y consejos que darle, hasta llegó a temer que
en verdad perdiera momentáneamente la facultad del habla. Pero un compañero
sugirió que la mujer hiciera guiones o recordara letras de canciones... y la
cosa más o menos empezó a funcionar.
Leonor había
llenado la casa de notas ocultas, hasta en sus muñecas había escrito dos
diminutas chuletas. Se echaba un último vistazo en el espejo cuando el timbre
de la puerta sonó. ¡Qué puntual... y qué guapo...!, pensó al abrir quedándose
pasmada e idiotizada en el umbral.
Marcos la miraba
sonriendo y alabando su buen gusto. Traía una botella de vino. La mujer miró
con disimulo su mano izquierda, la chuleta..., ¡el perfume la había borrado!
Sonrío mientras llamaba a gritos mentalmente a las palabras.
-Buenas noches, bienvenidos hijos del rock
and roll...
Lo dijo tan sin una
pizca de ritmo y tan seria que, el hombre riendo pasó dentro. Y entregándole la
botella contestó:
-Ya veo que lo
vamos a pasar pipa. Tienes fama de divertida ¿Te gusta Miguel Ríos?
-¿A mí? ¡Si casi no
había nacido! –le dijo Leonor mientras se dirigía a la cocina pensando “Vamos
bien, vamos bien, princesa ¡ya has dicho cinco palabras seguidas... y sin
guión!
Marcos resultó ser
un gran conversador por lo que la velada se normalizó bastante. Lo malo era
cuando la miraba con esos ojos... ella sentía que le devolvía la sonrisa más
reboba y estúpida del mundo, y completamente muda. El hombre estaba
acostumbrado a causar ese efecto y se mostraba encantado. Pero Leonor no se
sentía bien, así que apurando su copa se encaminó hacia la ventana, allí había
escondido una de sus notas. Tan bien escondida que la escasa luz le impedía
encontrarla.
-¿Qué haces...?-,
oyó a sus espaldas.
Se giró y sonrió.
La tenue luz le convertía en el ser más hermoso y varonil que había visto
nunca. Tragó aire, respiró con profusión y golpeando el suelo con uno de sus
tacones dijo:
-¡Nacha Pop! Y ahí
no me digas que no habías nacido porque se notaba un ligero ritmillo... Venga,
te ayudo a poner la mesa y cenamos.
“Vamos bien, vamos
muy bien, princesa”
La cena transcurría
dentro de los parámetros de la normalidad. Él contando sus batallitas, y ella
revisando mentalmente su exquisita ropa interior y deshaciéndose al imaginar lo
que ocurriría luego...
El tiempo se detuvo
al observar que Marcos la miraba con fijeza. Esperaba una respuesta...
sonriendo con esos dientes blanquísimos y aquellos labios. Ella miró con
disimulo la nota doblada escondida en su servilleta. Enlaza una frase con su
última palabra, leyó. “¿Y qué decía...?”
-Alonso, mujer,
Alonso... –volvió a repetir él.
-Alonso Quijano...
¿don Quijote de la Mancha?
-No digas
tonterías, mujer, el Alonso de toda la vida: Fernando Alonso. ¿En qué mundo
vives? –le preguntó con el ceño fruncido, lo que acentuaba aún más su
atractivo.
Suspirando y
temblando al mismo tiempo mientras doblaba su servilleta, contestó:
-No me hables, no me hables. No me hables
así...
-¡Juan Pardo! Esa
canción le encantaba a mi madre, ella sí que era una luchadora con...
“Vamos bien, vamos
bien, princesa, ya has conseguido encarrilarle de nuevo a su monólogo”.
Después de cenar y
mientras ella se llevaba los platos a la cocina, Marcos encendió el televisor.
¡Gollllllllllllll!, le oyó gritar enardecido de pasión. La mujer preparó dos
sugerentes copas sonriendo y se desabrochó un botón de la blusa.
-¡Nena! –le oyó
gritar de nuevo- ¿No habrá por ahí palomitas? Empieza el derbi y luego echan
Rambo 13, mejor quito la música.
“¿Puede un príncipe
convertirse en rana?”, pensó bebiendo una de las copas de un trago y abrochándose
el botón.
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